Arquitectura vernácula: un diálogo con la identidad y el entorno

En nuestro entorno arquitectónico nos encontramos rodeados de edificios que son considerados por el público en general como modernos. Estas estructuras suscitan en nosotros una reflexión profunda: ¿qué aportan estas arquitecturas? ¿Dónde yace su esencia? Y como protagonistas involucrados en su creación, ¿podemos acaso realizar una autocrítica? En las próximas líneas intentaremos contestar a estas y otras consideraciones.

Contemplamos perplejos la ausencia casi generalizada de elementos propios del clima mediterráneo en estas edificaciones como patios, porches, tejas y la falta de prominencia del muro, cediendo su lugar a aperturas sin discernimiento. Esta negación del contexto, esta falta de respeto hacia la topografía y el clima, engendra una arquitectura escenográfica que ansía impresionar visualmente, sin considerar los otros sentidos. Una arquitectura que se apoya en tecnologías efímeras y superficiales, permitiendo que la estética visual prevalezca sobre cualquier otro aspecto.

Arquitectura vernácula: un diálogo con la identidad y el entorno

Podemos decir que estamos ante una arquitectura fuera de contexto, universal, sin sentido de localización y atemporal, sin conexión con su entorno. Un espectro global, desprovisto de arraigo y con la capacidad de manifestarse en cualquier rincón del planeta.

Una arquitectura que nos envuelve, sí, pero como el ropaje homogéneo de ZARA, unificándonos en un nivel inferior y con mínimas pretensiones tanto creativas como constructivas. Nos iguala, nos despoja de nuestra singularidad y nos brinda una identidad carente de profundidad.

La alternativa que se alza en nuestro horizonte no es el rechazo a lo moderno, sino más bien buscar un equilibrio entre corrientes opuestas mediante la mezcla de elementos que permitan que el proyecto nazca del lugar, sin dejar de utilizar la tecnología y los avances constructivos del desarrollo y la universalización. Así, nos entregamos a la mezcla del pasado y el presente, de lo vernáculo y lo contemporáneo, en un abrazo que nutre y trasciende las barreras temporales y culturales.

La arquitectura está a la vanguardia de esta lucha por preservar nuestra esencia, nuestras raíces, nuestra cultura y nuestra cultura

Renunciamos al edificio tótem, a esa construcción que atrae admiradores ciegos por su resplandor efímero. No deseamos cerrar los ojos, sino abrirlos de par en par. Anhelamos aquel edificio que emana un diálogo incesante con su entorno, que exalta los aspectos singulares de la geografía y abraza su procedencia social e histórica.

Este debate se alza como un faro de reflexión en un mundo donde las identidades culturales se desdibujan. La arquitectura ocupa un lugar preponderante en esta lucha por preservar nuestra esencia, nuestras raíces. A través de esta reflexión, buscamos no solo repensar nuestra identidad, sino también inspirar un diseño renovador y trascendental de lo que se considera moderno. Aspiramos a ser modernos locales, en contraposición a modernos globales.

Contemplamos con ojos críticos la calidad de los proyectos modernos que nos rodean. Dicha manufactura, tanto en su aspecto creativo como constructivo, nos deja perplejos y con inquietudes. Ni siquiera el susurro de la sostenibilidad puede ser escuchado en sus construcciones. ¿Es acaso esta la manifestación más elevada de nuestra capacidad creativa? ¿Es este el legado que deseamos dejar a las generaciones venideras?

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